28.10.12

Escalada al monte, otra vez. La fe en la sencillez de verdades que son complejas. El advenimiento de los suspiros, los gemidos, en las camas de los tipos que mintieron por verme reír, que dijeron la verdad por verme crecer, que escaparon de mi mirada de fuego por verme llorar.
No. Cascarrabias son los soles que apuntan fiestas de lino y sal sobre la mesa. En el recodo del camino veo un rostro fiel, la presencia de los que me animan a levantar la pera de contra el pecho. Pero...

¿Juego a favor de qué premisas? ¿Qué es lo que quiero entender? ¿Cuánto tiempo más se vive a razón de aguante? Trabajo a destajo.
Contemplo la posibilidad y me arremete el rayo de luz, fuerte y claro, dejando de espina bífida mi sensación, mi voluntad, mi puerto de aguas profundas. Por eso los codos, por eso los recodos, por eso la entrepierna sudando donde las ventanas jamás se abren. Por eso gritaste mi nombre cuando te estrujé la última gota de razón, y el delirio suave, cálido, estremecedor, te tocó en las sienes y te destapó el llanto blanco.

22.7.12

Las necesidades.
Mastico ahora el bolo alimenticio. Trago. Trago. Agua.
Las sé. Las conozco. En el intento y en el encuentro, puedo enumerar cada cascada de miel que mi lengua siente correr garganta abajo, pero que no corre. En realidad, yo estaba sentada en el ómnibus, rumbo al este, y el recuerdo del recuerdo de la miel me inyectaba morfina en en el cerebro.

No, gato negro (hermoso gato negro). No te necesito. Discernir sé y por discernir losé. No hay nada en mí que te necesite sinceramente. Lo que pasa es que la necesidad sincera es rara, compleja, y en estos tiempos no abunda. Abunda el ego puro, la satisfacción glotona, la ilusión, el holograma de la vida ideal que no es. Abunda el gusto de tu saliva después de pseudodormir, el olor a jabón de tus alas. Pero no.

Hay un punto en que el alma ruge desde adentro de este tanque de carne y hueso. Ruge, verdadera e impostergable, anunciando que todo este circo no es de ella. No son de ella los mensajes, los pensamientos interminables, las almohadas simulando espaldas, no. Por eso, gato negro, no sos de ella. Por eso, gato negro, lo tuyo es glucosa para el organismo. Nada más. El ser sabe que no.

Cuelga viva la herida sangrante de mi frente contra tu antebrazo. Cuelga viva la certeza incandescente de que miré hacia la pared a mi izquierda (del mismo lado del reloj) y mi alma supo mucho antes que yo que era hora de irse.
Yo aún no lo sé. Te lo digo, te lo estoy diciendo, pero aún no me di cuenta. Por eso repito los pasos y anuncio que llegué. Pero es hora de irse, gato negro. Tu glucosa me inunda la sangre, espesa y fría, y empiezo a sentir diabetes.

10.5.12

Y me contó un pajarito de tu llanto de medialuna goteando en mi camisa a cuadros. ¡Qué tiempos, gorrión!

La vela aún duraba prendida en la mesa ratona, el aroma de la vainilla estaba colgado de la cortina naranja y vos, esa paz de medianoche, descolgabas sueños en trocitos de palabras que ataste con hilos claros.

Lo más preciado es que existas. Sonreí a través de la ventana siempre. Ya entendí que todo lo demás es superfluo. Puedo vivir sin el té con limón y quizá incluso sin tu bicileta azul. Pero la sonrisa no la retires de este planeta, ni aunque los astrso giren en torno a tu cabeza y... ¡mareo!

La semilla cae en tierra negra y te abrazo con el mayor amor que saben dejar pasar mis poros. Porque de todos los universos que visité, en este encontré la cara clara, transparente, de la verdad dicha con el dolor en los colmillos y la ternura cagada a palo en las manos. Todo el resto, esa cosa incomprensible de no coincidir, es circunstancia.

Fundamental es el núcleo de tu alma. El núcleo brillante, pez volador, brillante y prendido fuego, de tu hermosa alma.

5.4.12

Subidón. Al eje del tiempo, del espacio, de crecervivir, de lo que no sé.
El olor del cofre me perturba profundamente y no lo puedo abrir. Me molesta mucho. Siento que pierdo en mi propio territorio, que debería saber, que puedo ir más allá. Pero sé que ella se parece a la mina que acabo de ver desnuda, y eso me molesta. Me molesta que no tenemos ni medio pelo en común. Y que me desconoce, y que hace todo lo que yo no sé hacer, y que su perfume es ese porque no supo nunca que le queda mal.
Yo no digo que le salvé la vida. Yo digo que me metí en su vida, y ahora me envuelve un halo ajeno de la tormenta que la está mojando a ella.

Pero el cofre se abrió mientras sudábamos en la cama. Dejó el olor al costado de la almohada. Las manos húmedas se aferraron a las sábanas con figuras geométricas, la saliva se colectó entre tu encía y el labio inferior, y después del orgasmo lloré, lloramos. En el final del cono de tus pupilas de formó la duda, el horror, y se proyectó hacia adelante y me mojó las mejillas. Perdón, susurré. Pero no.
A veces las imágenes son los hilos que mueven los párpados y abren los conductos lacrimales. Y tu pecho, tu pecho alto, se agitó y retumbó movido por los latidos. El diafragma, la fe que se te rompió como un cristal. La pared.
Mejor vestite, corazón. No demores más. Prendé la luz para ver mejor y cerrá el cofre antes de irte.

10.3.12

Sangre.


Pero no. ¡Pará! Sangre, pero sangre bien. Sangre brillante, cargada de oxígeno. Sangre recién salida de los alvéolos, de que la oxigenen. Sangre depurada, vacía de dióxido de carbono, nuevita, fresca, con olor a campo abierto. Sangre joven. Sangre sedienta y llena de agua. Esa sangre.

¿Viste? Si te tomás el tiempo de inhalar todo el aire que puedas, te llega el día en que te pasa eso. Entonces, si te cortás un dedo duele pero motiva. ¿A qué? A respirar MÁS.